domingo, 7 de diciembre de 2008

Santificarse


Si usted necesita una solución a sus problemas conyugales, a su falta de creatividad, animosidad, gracia, etc., le aconsejo bautizarse en este momento. Sólo tiene que acercarse al bar de su esquina y pedirle a Su Santidad El Cantinero –de la esquina- que le de su bendición: una dosis de whisky, Ron y Tequila prendido fuego. No es ningún malentendido: esta bebida, basada en medidas de seguridad impuestas por bromatología, se purifica con fuego, de modo que el bautizado vea con sus propios ojos la pureza alcohólica del producto. Como en toda religión, se necesita sólo de un bautismo- con derecho a una confirmación espiritual en la madurez de la noche-, aunque es necesario aclarar que, en caso de realizarse un doble bautismo, los padrinos de la ceremonia deben hacerse cargo de la santísima alma en cuestión. Para que se haga una idea, señor/a lector/a, bautizarse dos veces en el bar de una esquina, equivale a meterse en aguas termales de 40ºC (de cabeza). Se recomienda apagar el fuego antes de tomar la copa y mojarse los labios más de una vez antes de abrir la boca. Un estudio realizado por seminaristas literarios de una conocida universidad de Uruguay ha certificado su uso semanal para despedidas de fin de año, vísperas de exámenes, etc. Por consultas, dirigirse a la autora de este blog y allegados de reputación altamente consolidada en temas espiricohólicos.

martes, 4 de noviembre de 2008

Cerrado por muerte súbita


A cachar los parciales. Y el trabajo también. Y los fines de semana, también.

martes, 7 de octubre de 2008

Marcada



Marcada por la tradición del sur. Escribir algo, guardarlo, guardarlo, guardarlo hasta el momento oportuno. Y ahora, que es el día, no tengo la foto. "Cuando se quiere algo con el corazón -decía Paulo Coelho- el universo conspira para que puedas conseguirlo". Acá está la prueba de que Coelho es un chanta que mete ideas raras en la cabeza, sólo para vender. Y pensar que leí cuatro libros tuyos. Te salva Once minutos, porque sino...


Mañana, tal vez hoy, cuelgo algo como la gente. Todo depende de las ganas que tenga de traer la cámara, enchufarla a la compu y ponerla en el blog. Depende de las ganas que tenga para aplicar la ética voluntariosa e inteligente, ésa de la que tanto hablan en el curso. Ésa que le falta a ciertos escritores. No sé: todo depende de cuán al sur me sienta hoy.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Bichos


Desde La Guerra de las Galaxias y otros filmes de Ciencia Ficción, puede entenderse que el intelecto humano elabora conceptos complejos que, con el pasar de los años, se transforman en acontecimientos palpables (entiéndase también por "materiales" o reales). De ahí que películas como Short Circuit (protagonizada por el memorable Number five) ya no sólo parezcan creíbles, sino, incluso (distinto de inclusive), anticuadas. Los robots son cosas del pasado.
El día que los geniales productores de Disney, Pixar, etc., crearon los animalitos hablantes y sentimentales, ¿se plantearon la posibilidad de mostrar la realidad venidera?, ¿qué fue primero, la gallina o el huevo? El mundo ya no sabe distinguir entre la ficción y la realidad (de ahí que la gente se ilusiona con que Uruguay pueda llegar al Mundial de Fútbol). Las cosas acontecen tan rápido que nadie sabe si lo han inventado, o si lo comentan porque ya pasó.
Por otro lado, no se descarta la posibilidad de que, efectivamente, los animales comiencen a comportarse como personas o, incluso, mejor. Tenemos el ejemplo que se publicó hoy en numerosos diarios (entre ellos, El País de Uruguay) acerca de los "bichos detectores". Tomás y Pablo son integrantes de un escuadrón que entrena la policía colombiana para desactivar minas anti-personas, que cobran más de 300 personas al año en dicho país. Tomás es un gato veterano con experiencia y, Pablo, una de las 14 ratas capacitadas para olfatear explosivos.
Para los que prefieren el sentimentalismo, está el caso del gato de Angora en Massachussetts, que debe una de sus siete vidas a un bombero de la localidad. El señor Machado rescató al afortunado minino de un edificio en llamas y, al advertir que estaba falto de aire, lo resucitó con una oportuna respiración boca a boca.
La ficción, queridos amigos, nos incentiva a trascender más y más. Sin embargo, llegará el día en que los hombres mirarán películas sobre monos y comprenderán sus vidas. El día que los animales sepan hablar, no habrá mucho que nosotros podamos decir. Las fronteras son cada vez más difusas, pero a la gente le gusta ir un poco más allá.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Duelo


Walrus88, también conocido como el ex Preso Crático (QEPD)Falleció en la Paz de la Internet, confortado con los Cínicos Sacramentos y la Bendición Crítica, el día 2° de setiembre de 2008.- Sus amigos (y no tan amigos) bloggers participan con profundo dolor de su desaparición física y piden una oración por su alma, que vaga por los rincones perdidos del Excelentísimo Buscador Google. Tu recuerdo quedará impreso en nuestras almas cibernéticas (si es que nos queda) por siempre.


PD: A Martín: no tienes vergüenza. Es suicidio no justificado.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Stabilo Frutilla



El señor H.M, profesor de la facultad en la que estudio, sugirió el martes una idea para crear una ventaja competitiva para las Stabilo: una lapicera con sabor a frutilla para gente propensa a la distracción. Podría funcionar por tres motivos: porque los estudiantes se aburren fácil, porque la frutilla sintética no provoca alergia, y porque mucha gente que conozco le busca la quinta pata al gato. Sí, claro, a todos nos gusta obtener beneficios extra de cualquier cosa, o hacer un análisis profundo que saque a la luz el lado oculto de la vida, los intereses macabros que hay detrás de las marcas famosas, los defectos de nacimiento y cosas por el estilo. En este caso, chupar la punta de un bolígrafo con sabor a frutilla, mientras el resto de los compañeros sacan apuntes y miran con cara de Gato con botas al profesor (ver Shrek 2, la película).

Las líneas de la ruta (el documental de nuestra querida cineasta V.P.) habla de aprovechar las oportunidades que brotan a nuestro alrededor, y de ser capaces de criticarse a sí mismo (de forma individual y al pueblo en general), al tiempo que los voluntarios desarrollan las tareas constructivas para la solución de los problemas. Es como si las lapiceras, además de registrar conocimiento para el futuro, se ocuparan de alimentar a los infortunados diabéticos de hoy, que no son capaces de ver las gratificaciones del momento. Pero hay otra cosa: la frutilla siempre es sintética. ¿Será que a veces es necesario forzar a la gente para que saque lo humano que lleva dentro? A veces es necesario pintar las líneas de la ruta (con sabor a frutilla, eso está claro).

PD: En la foto, las lapiceras del futuro.

lunes, 4 de agosto de 2008

Las líneas de la ruta


Un grupo de franceses dedican el tiempo libre de los fines de semana a explorar todos los rincones del país -de modo voluntario- para que no falten recursos de auxilio para los discapacitados. Esto es: rampas, sillas de rueda, asensores, señalizaciones, etc.

Por otro lado, una uruguaya reúne esmero, talento y ganas para cumplir honorariamente la tarea de rodaje, en pro del cine documental y la responsabilidad social, para difundir el mensaje de las buenas obras que llevan a cabo los exploradores franchutes. Eso y bancarse tres años lejos de su familia (las vacaciones son la única oportunidad para volver a los abrazos, el dulce de leche y el "ta"), amigos, parientes no deseados y el té de la abuela. Allá no existen las visitas sorpresa, ni los bizcochos de dulce de leche -aunque sí los de queso-, ni gente que le guste el mate amargo. Acá, en cambio, no existe gente que se movilice porque sí, que pinte las líneas de la calle cuando se borran, o que junte los deshechos que dejan sus mascotas en la vereda.

Evidentemente, Uruguay sale perdiendo por dos cosas: la gente que se va al extranjero encuentra cosas que quisiera traer a este peqeño país (mientras deja todo lo bueno que pueda haberle brindado esta pequeña cultura en los países de Primer Mundo); y segundo, en Uruguay, cuando las cosas avanzan, la gente se preocupa por lo suyo y se olvida de que el país y la cultura se construyen entre todos (cuando en realidad, en lo que piensan, es cómo pueden mejorar el país mientras se miran el ombligo, y ven que países como Francia siguen creciendo y acaparando más uruguayos). No hay que dejarse estar, pero hay que parar de quejarse. Y, como reza el documental de mi querida amiga, hay líneas en la ruta. Está en cada uno elegir la más conveniente.


PD: Ya sé, en la foto el camino no tiene líneas. ¿Por qué será?

jueves, 17 de julio de 2008

Mojarse los talones


El televisor está encendido. Vania agita la copa de vino y observa cómo las gotas se escurren hacia el fondo de la copa. Se cubre con una cobija y mira a través de la ventana cómo la lluvia inunda el patio interno del edificio. Un hombre canoso, vestido con saco y corbata ocupa la pantalla de la televisión con gestos irónicos:

“No conozco hombre que, en la víspera de una fiesta, no haya sufrido una hora de eterna espera por su madre/novia/hermana quien, encerrada en el baño, desconoce el manojo de nervios e intriga que aguarda del otro lado de la puerta: ¿Qué hacen las mujeres cuando se encierran? ¿Por qué, en las fiestas, se organizan en manadas para ir al baño? ¿Por qué salen de allí con risita nerviosa y ojos llorosos?”. La conductora del programa esboza una risa forzada y, acto seguido, le da la palabra a una dama del público:

“Una mujer frente al espejo puede significar dos cosas: una mujer segura de sí misma que estudia cómo depilarse las cejas, o una chica en crisis que mira su cara para sentirse peor y llorar como una magdalena”. La conductora arquea las cejas y asiente con la cara perpleja.

Vania apaga el televisor y se entrega al sueño. El teléfono la exalta y queda de pie de un salto. Ella duda un momento y luego levanta el teléfono.

-¿Vania? -la voz se oía como apagada, pero sabía que era él.

-Sí, soy yo.

-¿Te desperté?

-No –dice mientras se acomoda el cabello con la mano.

-Disculpa la hora. –hace una pausa larga- Necesito hablar contigo. ¿Podemos vernos? Quiero disculparme por lo de ayer.

Vania entrecierra los ojos y mira hacia el reloj de la sala.

-Está bien.

Las luces de la calle se reflejan en el agua que rebasa la vereda. Vania se refugia con el paraguas bajo el alerón de un edificio, mientras espera que el semáforo cambie de color. Una pareja joven llega a la misma esquina y se toman de la mano. Él acaricia el rostro delicado de su novia -quien sonríe sin cesar- y le besa en la mejilla. Vania admira la escena con disimulo. El semáforo cambia a verde y la pareja se aventura a cruzar un gran charco de agua, pero la chica queda estancada a mitad del charco y lamenta en voz alta la mancha en el pantalón.

-Es mi conjunto favorito. ¡Qué mier…!

-¡Shhh! Nada que no pueda solucionarse. Un lavado y listo.

-Mmm… Tu madre va a mirarme raro.

-¡Ja! Puede ser. Pero lo que importa es lo que yo opino de ti, ¿verdad? Estás bien, en serio.

-A veces vale la pena mojarse.

Los tórtolos se miran intensamente.

- Mejor me retracto. ¡Mírate! Estás hecha un asco.

La feliz pareja termina de cruzar la calle a los abrazos y risas. Vania, con la mirada perdida, avanza hasta el cordón de la vereda, cuando se percata de que el semáforo ya está en amarillo. En ese momento, la lluvia se transforma en una garuga y Vania observa su reflejo en el charco. Las palabras de aquel joven resuenan en su cabeza una y otra vez: “tanta sinceridad y felicidad a la vez”, se dice a sí misma. El semáforo está en rojo. Vania hace una mueca como si estuviera a punto de llorar. Vania decide que no vale la pena mojarse los talones.

lunes, 7 de julio de 2008

Escalinata


Estoy de vacaciones en pleno período de exámenes. pero el potencial dolor de cuello pasó por alto las cervicales y, hasta hoy, acuna donde comienzan las piernas (no, los tobillos no me duelen).

El domingo, sobre las once de la mañana, Lucía M., Mariana S., Josean y yo subimos la Sierra de las Ánimas, ubicada a pocos kilómetros de Piriápolis. Debo admitir que estoy fuera de forma para estas cosas, y que, cada vez que arrivaba a una meseta, me hacía ilusiones de que la aventura terminaba allí. Mientras tanto, admiraba los talones de mis compañeros y sufría -con pesar- el peso de mi mochila. Eso le pasa a los pioneros que, como yo, exageran con el "por las dudas". Rato antes de llegar a la cima (513 metros sobre el nivel del mar), Josean se ofreció para cargar con mi mochila, que contenía (in)útiles varios: campera, buzo, camperita de algodón, dos cámaras, elementos personales y una botellita vacía. Quién iba a adivinar que, a principios de Julio, pleno invierno en este lado del planeta, la temperatura iba a ascender a 27º C. Sí, sólo yo no me di cuenta. Sin embargo, si hay algo de lo que puedo presumir, es de mi sentido de la orientación. Y de la noción de distancia, cosa que a algunos dueños de paradores (bar, restaurante, o lo que sea que fuere) no la tienen tan clara.

Josean dice que él ya comprobó que todo depende del sexo y de la cara que tengas a la hora de preguntar: kilómetro y medio, si estás cansado; cinco kilómetros, si pareces entusiasta, con posibles variantes entre hombre y mujer. Tuvimos mucha suerte de no aventurarnos a ir a pie hasta el cruce donde paran los ómnibus. Después de haber subido-bajado la Sierra, esperar durante cuarenta minutos el bus, soportar dolor de piernas y sufrir la decepción de que mi heladería favorita de Piriápolis estuviera cerrada, llenamos la panza de pasta.

Hoy estoy de vacaciones. Me alegra estar en casa estudiando y recuerdo ese feliz sábado de julio con una botella llena al alcance de la mano. Un brindis por nuestro amigo español que se va dentro de poco.


PD: Arriba, en la foto, me esperan mis compañeros en la última roca de la Sierra.

martes, 17 de junio de 2008

Los perros también



Los neurobiólogos Ivanka Savic y Per Lindström, investigadores del Instituto Karolinska de Estocolmo, han hallado algunos parecidos estructurales entre el cerebro de los hombres gays y el de las mujeres heterosexuales. Otro titular del diario El país de Madrid dice que el Estado de California ha legalizado el matrimonio homosexual (el artículo está acompañado de una fotografía de dos ancianas desagradables besándose) y, como broche, hoy me entero de que existe ración dietética para perro, y otra especial para caninos con problemas de colesterol.
No sería extraño que ahora también descubran -vía resonancia magnética- alguna semejanza entre el cerebro humano y el canino. Las necesidades cambian, los tiempos cambian, los sexos cambian. Los perros, también.

PD: En la foto, Gumi, a quien su veterinario le recomendó un poco de régimen (esto es verídico).

miércoles, 11 de junio de 2008

Debilidades


La alarma sonó a eso de las siete y once minutos, justo a cincuenta centímetros de mis orejas. Bueno, en realidad, de mi oreja izquierda porque la otra, por razones naturales, se encuentra a once centímetros de su par. Me levanté con calma y seguí la rutina: vestimenta, desayuno, cepillo de dientes, bufanda y a la calle. Allí percibí que el uruguayo de nivel madrugador intermedio sufre con pesar cada paso hacia su lugar de trabajo, donde –estoy segura- su primer acto de fe será hacia la gloriosa taza de capuchino. Y, debo confesarlo, no estoy tan lejos de esta realidad, sólo que en mi caso debo esperar a media mañana para que el efecto se prolongue hasta terminar la jornada. Amo el café, y esa es mi segunda debilidad. La primera, consiste en medir todo cuanto me rodea.
La palabra medir suscita distintos tipos de interpretaciones, algunas con connotaciones positivas (como contar, evaluar, apreciar, señalar, estimar) y otras con asociaciones negativas (tasar, calcular, regular, tantear) porque se vinculan con conceptos capitalistas, científicos e, incluso, pervertidos. Me llama mucho la atención esa tendencia de la gente a evadir las palabras que puedan malinterpretarse y todo aquello que suene deshumanizador, antiético o invasivo. ¿Será porque la sociedad intenta establecer el orden y la moral?, ¿tendrán que ver en esto las nuevas políticas sociales que ha impuesto el gobierno para que la gente deje de comer y ahorre energía, y que por eso la idea de regular provoca desconfianza? Lo cierto es que el pueblo uruguayo también evade las acciones correctas, que el gobierno no ayuda, y que muchos miden los parámetros de la economía, pero pocos prestan atención a lo que sucede en la realidad social, más allá de la teoría. Porque si se miden los datos documentados de los últimos años del fútbol, Nacional vendría a ser el equipo vencedor, pero en la práctica, Peñarol es el campeón indiscutible de la copa del torneo clausura, nos guste o no.
En fin, más allá de lo que se piensa al respecto, existe una lógica independiente que procede de la naturaleza de los hechos. La gente camina por la calle a las ocho de la mañana con cara de zombie, maldiciendo la llegada del lunes y la indigestión de pizza dominguera, pero ni la pasión por el fútbol tiene la capacidad de disuadir el pesimismo latente de este país. La queja constante aleja la iniciativa de cambio (a veces me preguntó por qué ganó el Frente Amplio). En lugar de esperar a que el café nos reanime por un rato, los uruguayos deberían preocuparse por mantener las cabezas encendidas con nuevas ideas y prácticas, y desayunar un poco antes-de verdad que nos cambiaría la cara-, siempre y cuando no lo impida un apagón. Pero de las debilidades que no podemos cambiar, mejor ni hablemos.
PD: Arriba, en la imagen, un conocido de la facultad.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Teléfono descompuesto


Todo empezó el día que Bambi y su madre fueron al supermercado a comprar los víveres para el período de hibernación. Cuando llegaron a su casa, encontraron una chica dormida en la cama del pequeño ciervo, quien había hurgado el lugar en busca del zapato que había perdido en la fiesta del príncipe. Como no lo encontró, pensó que tal vez podía echarse un ratito a descansar. En eso llegó una dama humilde que le ofreció un cesto de manzanas con aspecto fenomenal, y la muerta de hambre se engulló la más grande de todas antes de pagar. Entonces, la dama le dijo que, por esa falta de educación, la condenaba a cien años de dormidera y que sólo el beso de su verdadero amor la iba a librar del hechizo.
El primero en besar a la chica fue el hermanastro de Bambi, quien acababa de volver de Camelot -pues era el siervo de un tal Rey Arturo-, pero no tuvo el resultado esperado. El otro hermanastro no se atrevió a tal hazaña, ya que la última vez que anduvo a los besuqueos con una desconocida, terminó convirtiéndose en sapo. Como la chica roncaba bastante fuerte, la madre y el padrastro de Bambi decidieron ofrecer una recompensa para que la despertaran a como de lugar. Al día siguiente, la fila para entrar en la casita de chocolate de la familia Bambina era interminable. El primero en pasar fue un enano loco que, como no sirvió de mucho, le ofreció a la familia una rueca que convertía la paja en hilos de oro, a cambio de llevarse la doncella a su casa. Los ciervos aceptaron la propuesta, pero en eso vino una bruja y les advirtió que, si la movían de ese sitio antes de despertarla, la chica se convirtiría en un dragón escupe fuego.
Después pasaron por allí siete enanos feos con nombres ridículos, y Hansel, y Heman, y hasta Dumbo quiso meter la trompa, pero nadie pudo despertar a la doncella.
Un día, el marido de Blancanieves pasaba por ahí y vio la multitud. Como era un tipo curioso, entró a ver qué sucedía, pero cuando entendió de qué se trataba les advirtió a todos que aquello podía tener un final trágico -todos allí sabían que era un hombre golpeado, y que su mujer se convertía en ogro cuando caía la noche-. La gente tomó en cuenta la advertencia del pobre desgraciado, así que decidieron irse para sus casas y abandonar toda esperanza de obtener la recompensa. La familia de ciervos le pidió a la bruja encantadora que enviara una canasta de esas manzanas, como regalo de aniversario para aquél desgraciado y su mujer.
Una semana más tarde, el hermano menor de la familia (único sobreviviente de la peste de las manzanas), que había encontrado el zapato de la dormilona, se apareció en la casa de los ciervos y les pidió entrar para ver a su amiga. Ésta se encontraba bajo una cúpula de cristal (que amortiguaba los terribles ronquidos) conectada a una canilla con suero. Al ver aquella imagen desoladora, el príncipe abrió la cúpula, le puso el zapato en el pie desnudo y la besó con delicadeza. Para su sorpresa, la chica despertó en ese instante, le miró a los ojos y dijo: "Gracias por el zapato. Me estaba quedando renga. Pero, ¿por qué no me contestabas los mensajes de texto? Y él respondió: "Es que tenía el teléfono descompuesto".
Y fueron felices para siempre, menos Bambi, a quien le tocó limpiar la casa y obedecer a su padrastro por el resto de su vida.

PD: Dedicado a mi T290 (DEP), eterno amigo, me duele haberte perdido.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Crónica y confesiones


Reunión de consorcio en el edificio. Han subido los gastos comunes, pero el letrero del ascensor decía que se convocaba con el motivo de "solucionar problemas derivados de la última reunión". Yo estuve presente en ella, pero no recordaba incidente alguno hasta el momento en que me harté y huí (faltaban, supuestamente, diez minutos para que terminara). Ahora me creo ese mito de que lo mejor pasa en el instante que uno se distrae.
-La señora no está dispuesta a deshacer la reforma que hizo en el balcón -dijo la moderadora.
El ambiente ya estaba caldeado.
-¡Qué perra! -se sintió por lo bajo-.
De pronto, una figura larga y torcida se despegó del asiento de adelante. Tenía el pelo chorreado de colores caoba y naranja, las cejas pintadas, los ojos enchastrados con rimel y la boca (entonces la conocí) la boca enmarcaba unos dientes muy blancos y afilados. Cómo olvidarla. Era la pediatra que se pasó escupiendo saliva con un viejo tano durante toda la reunión pasada. Quise decirle algo, pero cuando me miró, tuve miedo. Ahora ella estaba de espaldas.
-A mí me costó cinco mil dólar hacer la construcción. A mí la Intendencia Municipal me aprobó el cerramiento del balcón.
-Señora -contestó la moderadora con tolerancia- no podemos dar el final de obra si usted no saca esos vidrios de ahí. Tiene que colaborar. Nosotros le prometemos que su vecino va a retirar la demanda por obstruirle la panorámica si usted accede a lo que le pedimos.
-Pero yo gasté...
-¡A quién carajo le importa...
-¡¡Shhhhhh!! Por favor, ¡Moderación!
Murmullo ensordecedor. Poco a poco disminuye.
-Si usted no colabora, cuando nos hagan la inspección para el final de obras nos comemos una multa machacienta -gritó el vecino del apartamento 1004- ¡Dejá de hacerte la boluda! ¿ta?
Gritos e insultos de nuevo. La pediatra afiló los dientes, yo no paraba de reírme.
-¡A ver! que acá todos tienen tanta plata, claro -se escuchó desde una escalera. La gente miró incrédula.
-Yo no entiendo nada -dijo la misma voz- así que no hablen por mí, porque primero me voy a asesorar con mi abogado.
Risas.
-Señora -interrumpió otro propietario- estamos hablando de que la señora, ésa, hizo una reforma ilegal en la fachada del edificio.
-¡Pero la Intendencia...
-¡¡Me importa un comino y no me creo que cuatro vidrios locos le hayan costado cinco palos!! ¿Ta?
La doctora titubeó. El caño estirado vibraba levemente.
-Bueno. A mí me salió 2500 dólar, pero si tengo que volver a hacerlo me sale cinco...
-Nadie le dijo que podía volver a ponerlo después del final de obra.
-¡Ah! ¿Y yo? ¿Qué gano?
-Que no le rompa el c...
-¡¡Shhhhh!! moderación -dijo entre risas la encargada.
-¿Sabe qué, señora? -grita el vecino del 1004- hace mucho tiempo que tengo ganas de poner una estufa en el balcón -risas- Sí, en el balcón. Y otra cosa. No sé cómo voy a hacer, pero le juro que cuando saque el vidrio, el humo le va a ir derechito para su casa. ¡Derechito!
Más risas, esta vez incontenibles y desgarradoras.
-¿Por qué no la demandamos? -agregó la señora de la escalera, que de tan ensimismada con el tema del abogado, no entendía que se trataba de eso. De nuevo, las cabezas giraron mecánicamente hacia ella, con una sonrisa incrédula en los labios.
-Sí, es buena idea -dijo alguien con tono irónico-.

La reunión finalizó y se aprobó denunciar a la propietaria del 1404, la pediatra de los dientes afilados. Sólo entonces me atreví a mirarla de frente, y aunque su boca no me impresionó, había algo en sus ojos que me puso la piel de gallina. Lo peor pasa cuando uno menos lo piensa, me dije.

lunes, 21 de abril de 2008

Intenciones


La luz del comedor estaba encendida, las cortinas echadas. Había un alma que gozaba de paz y se distendía en una plácida lectura.
¡¡¡Ringggg!!! ¡¡¡Ringggg!!!
Ana se sobresaltó, sobre todo porque no estaba acostumbrada al chillido del teléfono de sus hermanos.
-Hola, ¿Ministerio de Desarrollo?
-No. Equivocado. Casa de familia
-Ah, disculpe.
-De nada –resopla la muchacha.

Ana intentó retomar su lectura, pero un segundo llamado le sobresaltó justo en el instante en que se dejaba caer sobre el sillón.
-Hola –contesta Ana.
-…
-Hola –y alza la voz- ¡Hola!
-¿Con quién hablo?
-¿Con quién quiere hablar usted?
-Con el Ministerio de Desarrollo
-Señora –explica pacientemente- es casa de familia. Se ha equivocado de nuevo
-¿Hablo con el 403 03 02?
-Sí, pero aquí vivo yo –mintió Ana-.
-Pero…
-Creo que es un número parecido el que busca usted.
-Gracias.
-De nada.

La estudiante se sentó nuevamente, sólo que algo irritada porque ya había perdido tiempo valioso. Pero cuando quiso acordar…
¡¡Ringgg!!
Ana descolgó enseguida.
-Hola. ¿Ahí mandan enfermeros a domicilio? Porque necesito alguien que venga a medirle la presión a mi padre, que no puede caminar, y la mutualista está de paro.
Ana reflexionó un momento: ¿Acaso el Ministerio de Desarrollo se encargaba de esas actividades?
-Disculpe…¿Con quién desea hablar?
-¿Farmacia Tundisi?
-No, señor, es casa de familia. El número es 403 03 02.
-¡¡Ahhh!! Perdón.
-No hay problema.

¡¡Ringggg!! ¡¡Ringggg!!
Ana murmuró cosas escabrosas por lo bajo. Su tono se elevaba, esta vez, con un matiz sarcástico y malicioso:

- Hola, ¿Ministerio de des…
- No, estimado. Casa de familia.
- Disculpe, mi mujer llamó un par de veces, pero es que en la guía dice 400 03 02
- Sí. Pero mi número es 403 03 02
- ¿Está segura?
- ¡Sí! –dijo irritada y con un grito ahogado.
- Disculpe.

¡¡Ringgg!!
- Hola. Con la presidiaria número 87, por favor.
- ¡Uf! Ca-sa-de-fa-mi-lia –gritó con desdén.
Tu..tu..tuuu.

Ana decidió abandonar la lectura y esperar el próximo llamado. Esta vez se desquitaría con el primero que cayera.

-¡Son una manga de comunistas de mier…, por qué no van a chiflarle a Fidel. Razonen un po-qui-to antes de…
-Hola. Ministerio de Desarrollo, ¿en qué puedo servirle? –Dijo Ana con voz nasal, burlándose del viejo rezongón.
-…
¡Clac! Se oyó del otro lado del tubo, a la vez que Javier, uno de sus hermanos, entraba por la puerta. Éste, riendo, le explicó que mucha gente llamaba confundida. “Algunos preguntan por un penal, otros por la farmacia de la esquina, por la radio Oriental, y hay una señora que llama siempre para hablar con Mabel Muñíz”. Ana sonrió porque ese era el nombre de su abuela. “Pero es una arquitecta”, agregó el muchacho, que había advertido la mirada de sorpresa de su hermana. Ella le preguntó si alguna vez le habían preguntado por el Ministerio de Desarrollo, a lo que Javier asintió con un marcado pesar. Su hermano desconectó el teléfono de un cinchón, y Ana lo miró con incredulidad, pero no dijo nada. Después de todo ese era su problema (o su solución).
Él se aventuró a correr las cortinas para dejar entrar un poco de luz y aire, pero decidió dejar las vitrinas cerradas para que el humo no entrase. Ana sonrió con sarcasmo y dijo en voz alta: “Es una suerte que tu número de teléfono tenga unas cuantas cifras menos que el de Ministerio de Salud Pública”. “O que el Ministerio del Interior”, respondió él.“Da igual”, dijo Ana, “porque tanto el humo como las amenazas vía telefónica son más o menos molestos dependiendo de la verdadera intención”. Lo de Tourné fue por una buena causa y es bastante claro”, agregó.

miércoles, 9 de abril de 2008

Carta para él

Los dedos de los pies están tiesos. Un calambre se estanca en las pantorrillas. Las piernas se asfixian. El vientre retiene los espasmos y la espalda vibra como una campana azotada. Las manos están frías y se quejan de tanto presionar las brazos, aunque saben que si no fuera por ellas, éstos no se sostendrían en los apesumbrados y débiles hombros. Un nudo en la garganta, y ya siente el veneno amargo que se abre paso hacia el estómago. Algo resuena allí abajo. Los ojos se resienten, la boca se apreta, la nariz se dilata.
El corazón trata de decirles que se calmen, que hay una explicación para todo ello, que no todo está perdido, pero ni él mismo logra mantener el ritmo fluído para alimentar a sus hermanos. Ya no aguanta la presión y quiere salir del cuerpo. La cabeza ya se los había advertido: "Nadie ha podido vencer esa enfermedad, él no va a aguantar". Pero todos siguieron su labor como por arte de magia -o por inercia-, mientras el cerebro, frío y realista, preparaba silenciosamente el funeral de aquel ser que Ella resguardaba con esperanza. Ese día, el sepulcro se lleva a cabo donde se contienen todas las reliquias del alma y la lógica: el corazón. Y la muerte, en cierto sentido, también se apodera de ella.

Hoy hace un año de su partida, pero le visita allí cada día con nostalgia, con tristeza. Alguna vez, ese niño inocente y encantador fue el responsable de dolores de estómago, de rabietas, de desesperación, y de las alegrías más contaminantes que jamás nadie haya conocido. Por eso, ella (y mucha gente) le recuerda con cariño. Y aún siente el trago amargo que conmocionó cada parte de su cuerpo aquel 9 de abril de 2007, y que sólo el tiempo ha podido suavizar.

Gracias, querido hermano, por todo lo que nos has dejado en el corazón. Estás siempre en mis pensamientos. Aún recuerdo ese "igualmente" que me diste por respuesta.

miércoles, 2 de abril de 2008

Veneno enlistado



Las cosas que odio de Montevideo:

1. Llegar a tres cruces
2. Toparse con la gente
3. Preguntar a la gente dónde queda 18 de Julio (es mi recuerdo más bochornoso)
4. Encontrarse con gente de tu ciudad que no te cae bien, y que te salude
5. La mierda de perro
6. Los perros
7. Los dueños de los perros
8. Los semáforos en amarillo
9. Los paraísos, sobre todo en otoño y días de lluvia
10. Los vecinos con hijos pequeños (he tenido malas experiencias, de verdad)
11. Descubrir que en la gran ciudad también hay chismerío
12. Las doñas que limpian los balcones cuando llueve –más que nada las que limpian con hipoclorito-
13. Los tramposos carteles encendidos de los mercados que han cerrado
14. Los guardas de ómnibus en todas sus especies:
a. Los calvos con brazos peludos
b. Los peludos que mastican chicle mostrando las añejas muelas de juicio
c. Los canosos que dan el vuelto en moneditas
d. Los gordos felices que conversan con el chofer sobre los mensajes de texto que han recibido
e. Los que dicen “un pasito más para el fondo que hay lugar”
15. Los taxis en días lluviosos: pasan bien contra el cordón y te mojan hasta las rodillas
16. Que te digan que eres “de afuera”
17. Que traten de adivinar “tu acento”
18. Que los montevideanos no agarren los dichos criollos, ponerse a explicar…
19. El hollín cotidiano (juro por Dios que en el campo no se me pega tanta mugre en una semana)
20. No poder “caer” en casa de alguien (porque corres el riesgo de que no esté o que se haga el boludo y no te conteste por el intercomunicador. En mis pagos siempre hay una vecina que chusmea donde está todo el mundo)
21. Las bocinas y alarmas (si suenan es porque ya los han robado, y como son todas iguales, nadie verifica. Entonces… ¡para qué mier…!)

Confío en que hay cosas peores. ¿Sugerencias?

miércoles, 26 de marzo de 2008

Enfermedad

Cuando el decaimiento lo privó del almuerzo familiar de los domingos, Dimitre, la hija mayor, visitó al anciano en la estancia. Estaba enfermo y solo. Sus fieles sirvientes: una bolsa de caramelos de miel y la caña que frecuentaba besar en las tardes. Dimitre le ayudó a reconocer su enfermedad. Pronto lo convenció de ver a un doctor.
En la sala de espera, su hija lo entretiene con anécdotas increíbles y hasta le roba algunas carcajadas. El doctor llenó un formulario bastante positivo, pero le recetó unos antidepresivos algo grandes, extraños. Ella pagó la consulta con billetes de mil. El doctor sacó otro documento de su escritorio. Dimitre le explicó que eran cosas de rutina, él asientió y puso su firma en la última hoja. Padre e hija salieron aliviados del consultorio. Ella preparaba una carne asada, abrió un vino tinto, le abrazó, le dijo que le quiería y apretaron sus manos con ternura. Luego se relajó en la butaca, ella sirvió el vino, puso los medicamentos sobre la mesa y llamó al doctor para evacuar las dudas: “Sí, la dosis será suficiente”, se escuchò del otro lado del tubo.

Grandes hermanos

No hay nada más emocionante que mudarse a un barrio pintoresco, a un noveno piso, con vista al puerto, portero las veinticuatro horas, y lo más importante, un ambiente fresco y nuevo. Lo más disfrutable es su luminosidad en la mañana y la tranquilidad del barrio los domingos de noche –el resto del tiempo es como vivir encima de una autopista-. Por lo demás, es un lugar que ofrece varias ventajas, entre ellas, que la vista es maravillosa y que uno puede apreciar hasta cómo la vecina del edificio de enfrente se rasura las axilas. De hecho, le da a uno escalofrío saber que el otro puede hacer lo mismo y que existe tan sólo una delgada capa de intimidad entre ambos lados: las cortinas –de las que, por supuesto, carezco por el momento-. Es como estar en uno de esos reality shows en los que todo el mundo se entera de los defectos de sus semejantes y, además, se dan el gusto de criticar. O por defecto, le hacen famoso a uno por sus “grandes virtudes”. Me refiero, obviamente, al milagro mercantilizado del Gran Hermano del que, por suerte, no sabemos nada nuevo hasta ahora.

Y hablando de programas polémicos, es de público conocimiento el relanzamiento de Bailando por un sueño, fenómeno porteño que contagia cada vez más público por medio del éxito y de la farándula, esa torta de cumpleaños de la que todos los “periodistas” argentinos se alimentan semana a semana. Me gusta recordar, sin embargo, a personajes memorables como Zulma, la eterna enamorada de Tinelli, a quien ansío ver nuevamente susurrando cosas groseras o graciosas -o lo que sea- en los oídos del cabezón parlante.
Este año tendremos el agrado de ver en la orilla vecina, según dicen los diarios locales, a dos soñadores uruguayos que tratarán de conquistar al jurado y al público con sus habilidades artísticas, las que, por cierto, envidio infinitamente. El arte de la danza, acompasada con música sublime, es el lenguaje del alma. Encarna una forma desinteresada y seductora de expresión de alegrías y tristezas, que puede –cómo no- ser criticada por expertos, pero no arrebatada. Porque el baile es, en cierta forma, como la libertad. El primero comprende la capacidad de soltura, de sintonía y de compartir con otro lo que sale del corazón. La segunda, si mal no recuerdo, el medio de la expresión, de la armonía y de la decisión. En otras palabras, es como tener un buen par de cortinas que uno cierra cuando quiere intimidad y que abre cuando quiere que las cosas fluyan. Quizá podamos compartir –uruguayos y argentinos- la pasión por la música y el arte de la danza. Pero si hay algo que no se puede ceder es la propiedad, la libertad y dignidad de un país. Los pueblos vecinos serán, como dijo don Artigas, pueblos hermanos, grandes hermanos. Pero sus gobiernos...

martes, 11 de marzo de 2008

El Regreso

Camila es una adolescente de carácter un tanto complicado, impulsiva, incomprendida por sus padres y que, además, se ha reñido con el cepillo del tocador hasta vencerlo. Por el momento, cepillo y chica mantienen una distancia destructiva. Su madre agradece el hecho de que la joven haya heredado, al menos, el cabello lacio de su abuelo, porque de lo contrario su hija sería un fenómeno de circo impresentable, siquiera para los monos de la isla o, incluso, para los pescadores de la costa.

Una semana de merecidas vacaciones en una isla del pacífico animaría a cualquiera, menos a Camila, por su puesto, que decidió chantar nalgas en un oscuro rincón del bungalow. En la noche anterior al regreso a casa se celebró una fiesta en un bar de la playa, en el que todo el mundo –después de algunos litros de néctar martinesco- comenzó a destapar vergonzosamente las ollas, o como algunos prefieren decir “sacaron los trapitos al sol”. Lo mismo da.

Para sorpresa de todos los que conocían a la hija de los doctores Rodchenko, (ella pediatra, él abogado del Estado) fue difícil dar crédito a aquella escena. Ahí estaba, mezclada entre las ridículas camisas poco masculinas del escenario, una chica que tocaba apasionadamente el violín. Algunos aplaudieron, otros dejaron brotar las lágrimas ante un maravilloso Vals de las Flores, pero su padre se reservó el derecho de regañarle delante de todos al final de la pieza magistral. La joven, avergonzada y humillada hasta el último de sus cabellos, se sumió en un mar de pensamientos maquiavélicos que transgredían el peor de los delitos cristianos: no matarás. Cómo podía alguien ser tan insensible con su hija, o sentirse no correspondido a los esfuerzos paternales por el simple hecho de que… Sí, él se dio cuenta. Camila no asiste a Harvard como se suponía: sólo pensaba en la manera de burlar a sus padres para ser violinista, quizá en un mediocre coro de Nueva York. La traición merecía aquel castigo y, sin embargo, Camila estaba ofuscada de rabia.

La vuelta a Nueva Jersey fue incómoda y silenciosa. La hija de dos profesionales había desperdiciado un futuro brillante y, lo que es peor, había engañado a un abogado. Algunos dicen que cuando ella regresó de su primer día de clases, encontró un libro biográfico de Tchaicovsky sobre su cama, y que una sonrisa luminosa se dibujó en su rostro. Fue entonces que decidió hacerse un torniquete en el pelo, como a su papá le gustaba, con broche y todo, para parecer toda una profesional.

lunes, 3 de marzo de 2008

Exilio

Cuba, 1959

Don Emilio está al tanto de la velocidad con la que aquel zorro desvalija la ciudad. De noche, cuando el pueblo trabajador descansa, el zorro se escabulle entre los gallineros en nombre de la revolución. Una revolución que absorbe dinero de los ricos y de los pobres, aún el de aquellos que lucharon por la causa. Emilio decide vender y regalar muebles a los vecinos y abandonar su sastrería, la que le valió el buen nombre en La habana a cambio de ríos de sudor. Su familia ya estaba “de vacaciones” en Miami, pero él tenía que encontrar la manera de no irse con las manos vacías sin levantar sospechas, o terminaría en la cárcel como los demás.

El día anterior a su desesperada partida, Emilio tropieza con el mueble del televisor; un tajo profundo se dibuja desde el muslo hasta la rodilla y la sangre tiñe el piso. Sin embargo, fue entonces, cuando el dolor colmaba hasta sus partes íntimas, que se le ocurrió la gran idea.

- Quiero hacer una denuncia –dijo con voz afeminada, mientras alejaba un poco el tubo del teléfono.
- La escucho –declaró un joven con aires de superioridad.
- Un hombre ha salido del hospital con dinero escondido en la pierna,
- ¿cómo?
- En el yeso. Es uno de los ex revolucionarios, señor.
- De acuerdo, dígame ¿cómo…?
Emilio ya había cortado la comunicación.

Cuando llegó a la aduana había un zorro clavado en la puerta. Medía, al menos, dos metros de altura, uno de ancho y metía miedo con un parche en el ojo derecho. El tipo se le acerca, con paso bobalicón pero decidido, y sienta al indefenso cojo de un empujón, saca una navaja y mira a quien parece ser el mandamás. Éste asiente con la cabeza y el gigante comienza a cortar el yeso, mientras el sastre replica ante semejante salvajismo y, de vez en cuando, cacarea marcando territorio. El último corte lo desnuda por completo: de hecho, no hay nada allí más que la impresionante carne viva.

-Ahora tendré que retrasar mis vacaciones y volver al médico. ¿Es que acaso no saben quién soy? ¡Fui yo quien hizo sus uniformes, señores! El General se va a enterar de esto –y amenaza, con el dedo índice erguido, una destitución masiva en el área de inspección de equipaje. Los soldados callan y acompañan al adolecido hombre hasta el auto de alquiler, con valijas y todo, con las colas entre las patas.

Al día siguiente, el mismo hombre, con un yeso alto (y el ego aún más fornido) ingresa a la aduana apoyándose sobre una muleta. Esta vez logra pasar sin problemas y se sienta plácidamente contra una ventanilla del barco.

-Debe ser difícil caminar con un yeso tan alto, ¿cómo lo hace? –susurra la chica del asiento contiguo.
- Imagínese –contestó don Emilio- No podría caminar ni ahora ni después sin algo que sostenga lo que hay dentro. Y el viejo cojo sonríe para sus adentros un instante, hasta que ve desaparecer en el horizonte la sastrería, el pueblo y su orgullo.