miércoles, 26 de marzo de 2008

Grandes hermanos

No hay nada más emocionante que mudarse a un barrio pintoresco, a un noveno piso, con vista al puerto, portero las veinticuatro horas, y lo más importante, un ambiente fresco y nuevo. Lo más disfrutable es su luminosidad en la mañana y la tranquilidad del barrio los domingos de noche –el resto del tiempo es como vivir encima de una autopista-. Por lo demás, es un lugar que ofrece varias ventajas, entre ellas, que la vista es maravillosa y que uno puede apreciar hasta cómo la vecina del edificio de enfrente se rasura las axilas. De hecho, le da a uno escalofrío saber que el otro puede hacer lo mismo y que existe tan sólo una delgada capa de intimidad entre ambos lados: las cortinas –de las que, por supuesto, carezco por el momento-. Es como estar en uno de esos reality shows en los que todo el mundo se entera de los defectos de sus semejantes y, además, se dan el gusto de criticar. O por defecto, le hacen famoso a uno por sus “grandes virtudes”. Me refiero, obviamente, al milagro mercantilizado del Gran Hermano del que, por suerte, no sabemos nada nuevo hasta ahora.

Y hablando de programas polémicos, es de público conocimiento el relanzamiento de Bailando por un sueño, fenómeno porteño que contagia cada vez más público por medio del éxito y de la farándula, esa torta de cumpleaños de la que todos los “periodistas” argentinos se alimentan semana a semana. Me gusta recordar, sin embargo, a personajes memorables como Zulma, la eterna enamorada de Tinelli, a quien ansío ver nuevamente susurrando cosas groseras o graciosas -o lo que sea- en los oídos del cabezón parlante.
Este año tendremos el agrado de ver en la orilla vecina, según dicen los diarios locales, a dos soñadores uruguayos que tratarán de conquistar al jurado y al público con sus habilidades artísticas, las que, por cierto, envidio infinitamente. El arte de la danza, acompasada con música sublime, es el lenguaje del alma. Encarna una forma desinteresada y seductora de expresión de alegrías y tristezas, que puede –cómo no- ser criticada por expertos, pero no arrebatada. Porque el baile es, en cierta forma, como la libertad. El primero comprende la capacidad de soltura, de sintonía y de compartir con otro lo que sale del corazón. La segunda, si mal no recuerdo, el medio de la expresión, de la armonía y de la decisión. En otras palabras, es como tener un buen par de cortinas que uno cierra cuando quiere intimidad y que abre cuando quiere que las cosas fluyan. Quizá podamos compartir –uruguayos y argentinos- la pasión por la música y el arte de la danza. Pero si hay algo que no se puede ceder es la propiedad, la libertad y dignidad de un país. Los pueblos vecinos serán, como dijo don Artigas, pueblos hermanos, grandes hermanos. Pero sus gobiernos...

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