miércoles, 21 de mayo de 2008

Teléfono descompuesto


Todo empezó el día que Bambi y su madre fueron al supermercado a comprar los víveres para el período de hibernación. Cuando llegaron a su casa, encontraron una chica dormida en la cama del pequeño ciervo, quien había hurgado el lugar en busca del zapato que había perdido en la fiesta del príncipe. Como no lo encontró, pensó que tal vez podía echarse un ratito a descansar. En eso llegó una dama humilde que le ofreció un cesto de manzanas con aspecto fenomenal, y la muerta de hambre se engulló la más grande de todas antes de pagar. Entonces, la dama le dijo que, por esa falta de educación, la condenaba a cien años de dormidera y que sólo el beso de su verdadero amor la iba a librar del hechizo.
El primero en besar a la chica fue el hermanastro de Bambi, quien acababa de volver de Camelot -pues era el siervo de un tal Rey Arturo-, pero no tuvo el resultado esperado. El otro hermanastro no se atrevió a tal hazaña, ya que la última vez que anduvo a los besuqueos con una desconocida, terminó convirtiéndose en sapo. Como la chica roncaba bastante fuerte, la madre y el padrastro de Bambi decidieron ofrecer una recompensa para que la despertaran a como de lugar. Al día siguiente, la fila para entrar en la casita de chocolate de la familia Bambina era interminable. El primero en pasar fue un enano loco que, como no sirvió de mucho, le ofreció a la familia una rueca que convertía la paja en hilos de oro, a cambio de llevarse la doncella a su casa. Los ciervos aceptaron la propuesta, pero en eso vino una bruja y les advirtió que, si la movían de ese sitio antes de despertarla, la chica se convirtiría en un dragón escupe fuego.
Después pasaron por allí siete enanos feos con nombres ridículos, y Hansel, y Heman, y hasta Dumbo quiso meter la trompa, pero nadie pudo despertar a la doncella.
Un día, el marido de Blancanieves pasaba por ahí y vio la multitud. Como era un tipo curioso, entró a ver qué sucedía, pero cuando entendió de qué se trataba les advirtió a todos que aquello podía tener un final trágico -todos allí sabían que era un hombre golpeado, y que su mujer se convertía en ogro cuando caía la noche-. La gente tomó en cuenta la advertencia del pobre desgraciado, así que decidieron irse para sus casas y abandonar toda esperanza de obtener la recompensa. La familia de ciervos le pidió a la bruja encantadora que enviara una canasta de esas manzanas, como regalo de aniversario para aquél desgraciado y su mujer.
Una semana más tarde, el hermano menor de la familia (único sobreviviente de la peste de las manzanas), que había encontrado el zapato de la dormilona, se apareció en la casa de los ciervos y les pidió entrar para ver a su amiga. Ésta se encontraba bajo una cúpula de cristal (que amortiguaba los terribles ronquidos) conectada a una canilla con suero. Al ver aquella imagen desoladora, el príncipe abrió la cúpula, le puso el zapato en el pie desnudo y la besó con delicadeza. Para su sorpresa, la chica despertó en ese instante, le miró a los ojos y dijo: "Gracias por el zapato. Me estaba quedando renga. Pero, ¿por qué no me contestabas los mensajes de texto? Y él respondió: "Es que tenía el teléfono descompuesto".
Y fueron felices para siempre, menos Bambi, a quien le tocó limpiar la casa y obedecer a su padrastro por el resto de su vida.

PD: Dedicado a mi T290 (DEP), eterno amigo, me duele haberte perdido.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Crónica y confesiones


Reunión de consorcio en el edificio. Han subido los gastos comunes, pero el letrero del ascensor decía que se convocaba con el motivo de "solucionar problemas derivados de la última reunión". Yo estuve presente en ella, pero no recordaba incidente alguno hasta el momento en que me harté y huí (faltaban, supuestamente, diez minutos para que terminara). Ahora me creo ese mito de que lo mejor pasa en el instante que uno se distrae.
-La señora no está dispuesta a deshacer la reforma que hizo en el balcón -dijo la moderadora.
El ambiente ya estaba caldeado.
-¡Qué perra! -se sintió por lo bajo-.
De pronto, una figura larga y torcida se despegó del asiento de adelante. Tenía el pelo chorreado de colores caoba y naranja, las cejas pintadas, los ojos enchastrados con rimel y la boca (entonces la conocí) la boca enmarcaba unos dientes muy blancos y afilados. Cómo olvidarla. Era la pediatra que se pasó escupiendo saliva con un viejo tano durante toda la reunión pasada. Quise decirle algo, pero cuando me miró, tuve miedo. Ahora ella estaba de espaldas.
-A mí me costó cinco mil dólar hacer la construcción. A mí la Intendencia Municipal me aprobó el cerramiento del balcón.
-Señora -contestó la moderadora con tolerancia- no podemos dar el final de obra si usted no saca esos vidrios de ahí. Tiene que colaborar. Nosotros le prometemos que su vecino va a retirar la demanda por obstruirle la panorámica si usted accede a lo que le pedimos.
-Pero yo gasté...
-¡A quién carajo le importa...
-¡¡Shhhhhh!! Por favor, ¡Moderación!
Murmullo ensordecedor. Poco a poco disminuye.
-Si usted no colabora, cuando nos hagan la inspección para el final de obras nos comemos una multa machacienta -gritó el vecino del apartamento 1004- ¡Dejá de hacerte la boluda! ¿ta?
Gritos e insultos de nuevo. La pediatra afiló los dientes, yo no paraba de reírme.
-¡A ver! que acá todos tienen tanta plata, claro -se escuchó desde una escalera. La gente miró incrédula.
-Yo no entiendo nada -dijo la misma voz- así que no hablen por mí, porque primero me voy a asesorar con mi abogado.
Risas.
-Señora -interrumpió otro propietario- estamos hablando de que la señora, ésa, hizo una reforma ilegal en la fachada del edificio.
-¡Pero la Intendencia...
-¡¡Me importa un comino y no me creo que cuatro vidrios locos le hayan costado cinco palos!! ¿Ta?
La doctora titubeó. El caño estirado vibraba levemente.
-Bueno. A mí me salió 2500 dólar, pero si tengo que volver a hacerlo me sale cinco...
-Nadie le dijo que podía volver a ponerlo después del final de obra.
-¡Ah! ¿Y yo? ¿Qué gano?
-Que no le rompa el c...
-¡¡Shhhhh!! moderación -dijo entre risas la encargada.
-¿Sabe qué, señora? -grita el vecino del 1004- hace mucho tiempo que tengo ganas de poner una estufa en el balcón -risas- Sí, en el balcón. Y otra cosa. No sé cómo voy a hacer, pero le juro que cuando saque el vidrio, el humo le va a ir derechito para su casa. ¡Derechito!
Más risas, esta vez incontenibles y desgarradoras.
-¿Por qué no la demandamos? -agregó la señora de la escalera, que de tan ensimismada con el tema del abogado, no entendía que se trataba de eso. De nuevo, las cabezas giraron mecánicamente hacia ella, con una sonrisa incrédula en los labios.
-Sí, es buena idea -dijo alguien con tono irónico-.

La reunión finalizó y se aprobó denunciar a la propietaria del 1404, la pediatra de los dientes afilados. Sólo entonces me atreví a mirarla de frente, y aunque su boca no me impresionó, había algo en sus ojos que me puso la piel de gallina. Lo peor pasa cuando uno menos lo piensa, me dije.